Manifiesto

Manifiesto sobre el papel de la religión en el mundo de hoy, a propósito de inaugurarse un grupo interreligioso de trabajo y fraternidad en Madrid: la Asociación de Amistad y Encuentro Interreligioso(AAEI)

Las personas que seguimos hoy considerando lo religioso como cuestión central de nuestras vidas, aunque conservemos la paz íntima, estamos llamados con urgencia a realizar algunas acciones visibles conjuntas por muchos motivos importantes que se acumulan día por día. La experiencia profunda de lo religioso es justamente lo que nos impulsa a estas acciones que expresan lo que somos al mismo tiempo que pretenden corregir en la gente la falsa idea de la religión que parece ahora predominar –y que seguramente habrá predominado siempre, adoptando en cada época formas renovadas.

La relación con lo divino es todo lo contrario de una pérdida de humanidad; es todo lo contrario de una fuga cobarde del mundo; es todo lo contrario del desprecio por la historia, la naturaleza y los demás seres humanos. Su misma esencia está en la esperanza absoluta respecto de cada destino individual y respecto de todas las realidades. Vivir de alguna manera ante lo divino, por más variadamente que se exprese en todos los campos de la existencia, siempre consiste, sobre todo, en mantener esta esperanza absoluta y universal, porque ello es lo que orienta la crítica radical de todo lo imperfecto justo, ya que hace amarlo con todo el corazón.

Pero en este terreno, naturalmente, se aplica mejor que en otro ninguno el viejo proverbio latino: que la corrupción de lo óptimo es la pésima entre las corrupciones.

Y así sucede siempre que, como la relación con lo divino se encuentra en la línea de la razón, pero hace una apuesta hacia más allá de lo meramente demostrado y de lo meramente sentido con los sentidos del cuerpo, este último movimiento, al que las tradiciones del Libro llaman fe –fe reclamada por la gracia de lo Absoluto, pero siempre fe personal-, se presta a confusión con los factores enemigos de la razón que hay también incluidos en lo humano. El amor, la entrega generosa, el sacrificio del egoísmo ante la desgracia de otros, la investigación de la verdad, la exploración de la naturaleza, el aprovechamiento óptimo de la tecnología, la reforma radical de los sistemas jurídicos y las instituciones nacionales e internacionales, el respeto de las minorías, la promoción de la cultura, el florecimiento del arte, el cuidado del medio ambiente son asuntos de la razón y, al mismo tiempo, de la auténtica fe religiosa. Poner a la religión en contradicción y en lucha con cualquiera de estos asuntos no sólo es desconocer qué es la religión e insultar a las personas que la viven; es también una blasfemia respecto de lo divino y un impulso muy grave a favor de todas las fuerzas retrógadas de la historia.

Pero no se puede terminar nunca con el peligro de que este movimiento de la fe, de la sumisión confiada a lo divino, en vez de entenderse y, sobre todo, de vivirse como la prolongación adecuada de las empresas de la razón humana, se tergiverse con cosas esencialmente opuestas. Y hoy vemos cómo esto es tan frecuente y está tan extendido, no sólo fuera sino también dentro de los grupos que se dicen religiosos, que nosotros nos sentimos indignados, alarmados y, desde luego, llamados a decir y hacer algo, por poco que parezca.

Es evidente que la fe religiosa puede ser cambiada por una de las innumerables formas del miedo, causa principal de la violencia y la barbarie; o también por la exageración del voluntarismo. Lo sobrenatural está y estará siempre expuesto a que cada cual lo tome por lo infranatural, o sea, por lo irracional, lo fantástico, lo pasional. La tentación de sucumbir al miedo es muy poderosa. Se teme a la muerte, se teme a los acontecimientos adversos de la naturaleza; se teme, sobre todo, a los demás seres humanos; y también se teme uno a sí mismo. Una vida en el miedo es una vida esclava y fácilmente propensa al resentimiento, a la venganza. Cuando alguien es presa del miedo, no tiene ya paciencia para la voz, a la vez humana y santa, de la razón que llama a lo verdadero, a lo bueno, a lo hermoso. La persona aterrorizada necesita seguridades que ella sola no puede conseguir, de modo que se refugia en una masa de gente tan aterrorizada como ella misma, pero que sirve a alguna causa violenta, siempre contra otras gentes. La necesidad de una identidad fuerte que sirva de refugio en la intemperie de la vida se hace notar en momentos en que los grupos sociales tradicionales entran en crisis, como justamente ocurre en nuestra época. Casi cualquier oferta de pertenencia a una comunidad enfrentada a otra u otras, en la que haya reglas claras, calor de hogar y un cierto horizonte de futuro, es tentadora en un tiempo de crisis.

Pero la fe no es un modo de calmar el miedo, la carencia de identidad y, en general, las inseguridades. La auténtica experiencia religiosa está centrada en la esperanza pero no en la seguridad. Es de veras religiosa la persona que trabaja razonablemente por mejorar las condiciones de la existencia de todos en medio de su cotidianidad; que está abierta a la verdad; que se deja atraer a la profunda creatividad que lo hermoso y lo bueno reclaman por su propia naturaleza. Por eso mismo, tendrá esta persona una dolorosa conciencia de cuánto nos distancia de llevar una vida individual y colectiva que de verdad se funde en la paz que proporciona buscar el bien, la verdad, la paz, la belleza. En el ser humano religioso se aúnan la impaciencia por entender estos ideales y el camino de la práctica que hoy lleve a aproximarnos todos a ellos y la paciencia de la relación personal y comunitaria con lo divino; puesto que con esta palabra sólo se puede entender el máximo de verdad, de bien, de belleza, de paz, de hermandad. Lo divino es, para todas las religiones llegadas a madurez en toda la Tierra, el punto de referencia para entender y cambiar el mundo justamente no con la violencia sino con los instrumentos de la razón y la paz. Lo divino, sea cual sea la figura concreta en que las religiones llegadas a madurez lo representen, es lo Santo de quien mana cuanto pueda llamarse también de algún modo santo en la realidad natural, histórica, social y personal.

De aquí que la religión sea, pese a tantas apariencias en contra hoy y pese a tantas tergiversaciones escandalosas como se la hace sufrir continuamente desde que el mundo es mundo, instrumento esencial de humanización, de convivencia, de creatividad. Desde el punto de vista de los afectos, la religión es amor y paz; desde el punto de vista de la voluntad y la acción, la religión es el más fuerte de los motores para la trasformación en este sentido de la historia; desde el punto de vista de la razón y el conocimiento, es ella igualmente el impulso más firme en la búsqueda tenaz de la verdad.

¿Necesitamos indignarnos aún más de cómo ya lo estamos recordando ahora algo de lo que pasa a diario a nuestro alrededor? Es igual en qué dirección del mapa religioso o del mapa ateo o del mapa agnóstico de la Tierra miremos. Pero si prestamos atención a los grupos que se dicen ellos mismos religiosos, en muchos casos poco conocidos claro que encontramos realizaciones admirables, pero a propósito de muchos otros la vergüenza y la repugnancia nos llenan. En Extremo Oriente, las comunidades religiosas que deberían ser ejemplo de tolerancia, si nos atenemos a lo que sus fuentes dicen, persiguen a las minorías; en el Cercano Oriente, el conflicto se ha podido denominar recientemente choque de culturas, de civilizaciones, pero también de religiones: se levantan Estados fanáticos, se asesina y se hace la guerra muchas veces en nombre de las facciones sectarias de una misma religión y, en todo caso, implicando en ello a las diversas formas de monoteísmo del Libro; en África, el sufrimiento de la gente alcanza límites inexpresables y tiene todas las causas que se puedan deducir de la injusticia y las ideologías contemporáneas, más las derivadas de todos los tipos de fundamentalismos imaginables; en Europa hemos vivido hace apenas unos pocos años aparentes guerras de religión, después de haber experimentado hasta el grado de la barbarie absoluta los totalitarismos de derecha e izquierda, que han asesinado en masa, técnicamente, como jamás se había podido imaginar; en América, las desigualdades económicas y el fundamentalismo devastan también a los pueblos. Y en lo que hace, por ejemplo, a las iglesias cristianas, la inmoralidad encubierta, la falta de sinceridad, la cobardía, el nihilismo real en que se vive muchas veces bajo cubierta de religión, las está volviendo por completo irrelevantes. Los hombres religiosos no parecen ya referirse hoy nunca, casi nunca, con alguna admirable excepción muy reciente, y pese a los ejemplos de tantos santos de todas las proveniencias –incluidos los santos sin iglesia ni pertenencia oficial a ningún grupo religioso-, a los problemas gravísimos que nos afectan a todos.

No dejemos, al menos, en lo poco o mucho que dependa de cada uno de nosotros, que al caos y la barbarie contribuya también la confusión de la religión con lo más caótico y bárbaro de las culturas históricas. Cuando vivimos con toda evidencia el hecho de que la religión es el motivo más poderoso de humanización y de movimiento hacia lo santo que existe, tenemos el deber de no contribuir también nosotros a este horror de confusiones, en medio del cual es naturalísimo que el sentido de la vida y cualquier esperanza se desvanezcan. La gente sencilla y la gente no tan sencilla tienen que oír alguna vez nuestra protesta, que debe expresarse en formas tan modestas como la que hoy pretendemos poner en marcha en Madrid: un simple gesto de convivencia real y de hermandad entre todos los que aún, gracias a Dios, creemos que nos podemos llamar sin mentir ni avergonzarnos personas religiosas. Nosotros creemos en la cultura del encuentro con todo el corazón. No estamos ciegos para las dificultades de todos los tipos que obstaculizan esta necesaria y nueva forma de la cultura cotidiana. Por muchas que puedan ser, y también por muchos que puedan ser al principio los pasos insuficientes que nosotros mismos demos en su dirección, nos es imposible permanecer de brazos cruzados

                                                                      Madrid, marzo de 2015